Comenzaré por transcribir la definición de Laplanche sobre el aparato psíquico:
Cuando el niño nace, su personalidad no está regulada por el aparato psíquico, es decir, éste no se ha desarrollado. Únicamente existe el Ello como instancia psíquica y en él rige el principio del placer (búsqueda de satisfacción).
Más tarde, a partir de los 8 meses, el niño comienza a diferenciarse a sí mismo del mundo que le rodea, comienza un largo proceso de maduración del Yo, la instancia psíquica donde se dará origen a la personalidad, permite la interacción entre el Ello y, más tarde, el Superyó. El Yo se define al individuo y se rige por el principio de realidad (realidad psíquica, según Lacan).
A partir de los 2 años, hasta los 7 cuando se consolida, el Superyó se desarrollará a partir de la interiorización de lo bueno/malo, valores, virtudes y lo moralmente correcto e incorrecto. En esta etapa es sumamente importante enselarles autoridad, obediencia, normas y valores; y aún más, la voluntad de Dios. Se rige por el principio del deber (lo que se debe, o no, hacer).
Lo bueno y lo malo.
Éstos son conceptos muy ambigüos en el mundo secular. Para Dios lo malo es toda infracción a la ley (1 Juan 3:4). Lo bueno es aquello que permite la convivencia sana y el crecimiento espiritual (Lamentaciones 3:25-27).
Pero estos conceptos no están formados en la infancia (Deuteronomio 1:39). Es decir, no hay malicia sino hasta la juventud (Génesis 8:21).
Muchos adultos no saben distinguir entre lo bueno y lo malo (Isaías 5:20), sin duda tiene que ver con una educación deficiente (Isaías 7:16). Hay que instruir a los niños de tal manera que puedan discernir entre lo bueno y lo malo (Proverbios 22:6). La falta de un essquema de valores resulta en patologías como la psicopatía y algunas perversiones.
La responsabilidad y compromiso.
El Superyó no se encarga de hacernos sentir mal, de reprimirnos o traumarnos; por el contrario, nos permite ser individuos responsables, capaces de cumplir, respetar, etcétera.
Los individuos sanos harán un compromiso firme con Dios (Génesis 17:7) el pacto entre Abrham y Dios y el pacto entre nosotros y Cristo (Hebreos 12:24).
Un Superyó sano nos permitirá cumplir nuestra parte del pacto en los términos que Dios establece (Apocalipsis 2:10).
Para que los cristianos sean fieles, tienen que aprender a vivir conforme al principio del deber; muchas veces se requiere un entrenamiento desde la niñez (2 Timoteo 3:15; Mateo 19:14).
Asumir las consecuencias.
Cuando un individuo, a sabiendas de los principios y valores, infringe la ley de Dios, tendrá sus consecuencias (Santiago 4:17). El Superyó, mal o bien entrenado, hará su trabajo.
Muchos, por un profundo sentimiento de culpa, se autocastigarán hasta llegar a la posibilidad del suicidio (Mateo 27:5).
Otros seguirán rutinas, vidas y actos atormentadores que eximan su culpa (flagelarse, vivir vidas atormentadas, cargar su cruz).
Pero la Biblia no pide ese sufrimiento, más bien, el Superyó sano iniciará un sentimiento de culpa, cuyo fin es mover al individuo al arrepentimiento (2 Corintios 7:10).
El deber siempre debe ser cumplido. Pero sobre todo es necesario aprender a cumplir con alegría la voluntad de Dios, análogamente, como el mandamiento de ofrendar (2 Corintios 9:7).
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