El noviazgo, durante la juventud, cumple diversos propósitos que pueden
ayudar al desarrollo y crecimiento psicológico y personal.
La confrontación con otro individuo, sus creencias, costumbres, ideales,
etc.; ayudan a confirmar la propia valía y seguridad.
La experiencia de sentirse aceptado, comprendido y acogido, ayudarán al
individuo a aceptarse a sí mismo.
Hacia el final de la adolescencia, la búsqueda de una pareja, tiene un
propósito más estructurado y un objetivo más serio. Muchos postergarán el
compromiso. Aquel individuo que ha superado su desarrollo personal, logrará
vincularse afectivamente de manera más sana.
Con éste pensamiento consideremos la historia de Jacob y Raquel.
¿Qué aprenderemos de ellos?
Tener cuidado con la impulsividad.
Ellos nunca se habían visto, no se conocían y, en el primer momento, se
besaron (Gen. 29:10-12).
Más tarde, la falta de control de impulsos, puede convertirse en
promiscuidad.
Debe haber un amor genuino.
Las dificultades, distancias, obstáculos, proyectos, etc.; que se
interpongan entre el noviazgo y el momento de compartir la vida juntos, puede
ser una espera ligera y rápida si hay amor (Gen. 29:20). En siete años hay
grandes cambios, envejecimiento, cambio de planes, objetivos, metas, nuevos
proyectos, etc. El amor genuino se adaptará a los nuevos cambios.
Debe evitarse el chantaje.
El chantaje, celos, egoísmo, envidia, etc. Tienen que ver con un
sentimiento de narcisismo y con problemas de identificación con el progenitor
del mismo sexo. Si esto se presenta, no es una buena señal (Gen. 30:1).
En ésta misma categoría podemos clasificar a los individuos que “prostituyen”
a sus parejas, “si me das lo que quiero, te doy lo que pides” (v.14-16).
Busque alguien que ame a Dios.
Si no tiene amor, por Dios y por su iglesia, habrá problemas (Gen.
31:19).
Una persona que no ama a Dios, probablemente le mentirá (v.26-35).
Conclusión.
Antes de elegir una pareja, piense:
¿Cuál es su propósito?
¿Esa persona le ayuda en su
crecimiento?
¿Le ayuda a llegar al cielo?
¿Se respetan?
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