"Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos" -Mateo 23:8-

martes, 11 de febrero de 2014

TAN SOLO EL BORDE DE TU MANTO, SEÑOR

Introducción.
Aquellos que están familiarizados con el relato, seguramente, inmediatamente se remitirán a la mujer que tenía “flujo” de sangre.
Y ella fue una de las personas que se acercó a Jesús, pensando que si tan sólo tocaba el borde de su manto, sería sanada (Mat. 9:18-22).
Sin embargo, ella no fue la única persona que anhelaba tocar, aunque sólo eso, el borde de manto de Jesús (Mat. 14:36, Mar. 3:10, 6:56).
Tratemos de meditar en ésta petición y lo que significaba para aquellos hombres enfermos y necesitados del Señor Jesús.

Estando en inmundicia.
A través de las Escrituras leemos las reglas que Dios reveló al pueblo judío, ellas eran muy específicas con respecto a las acciones, eventos y situaciones que contaminaban al ser humano.
La enfermedad de aquella mujer, “flujo de sangre”, muy probablemente relacionada con un desorden en su menstruación (Lev. 15:19, 25). Esa enfermedad la hacía inmunda, sin acceso al templo de Dios, sin poder acercarse a ofrecer sacrificio; aun lo que tocara se volvía inmundo (Lev. 15:25-29).
Las mismas reglas se aplicaban a otras enfermedades, como la lepra, herpes u otras (Lev. 14:44-47).
Si ellos tocaban el manto de Jesús, probablemente tendría que quemarlo (Lev.13:45-52).
No se olvide que el pecado es una enfermedad espiritual que hace inmundo al hombre. Y todo a su alrededor se contamina, ¿no le pediría al Señor que lo sane? (Hec. 4:12).

Sólo la misericordia de Dios.
Lo que pedían los inmundos enfermos era, tan sólo, la misericordia de Dios. Sólo el borde del manto.
Y ¡vaya que tenía poder! El hilo más desgastado de la prenda de Jesús tenía el poder suficiente para sanar enfermos (Luc. 9:46).
La sombra de los apóstoles era capaz de restaurar el estado físico más deplorable (Hec. 5:15, 16).
El paño más vil de Pablo era poderosos para sanar enfermedades (Hec. 19:11, 12).
En alguna ocasión, una mujer gentil se acercó a Jesús pidiendo su misericordia y Él la rechazó, porque la bendición aún no llegaba a os gentiles, pero ella pedía, aunque fueran solamente, las migajas de la mesa (Mar. 7:25-28).
¡Pero Dios no nos da migajas! Dios no le dará una habitación de seis por seis, no le dará, aunque sea, una morada en las orillas del cielo. Dios le recompensará personalmente, cuidará de usted, secará sus lágrimas y no tendrá ninguna necesidad terrenal (Apo. 21:4).

Conclusión.
Quizá hemos cometido “grandes” pecados y caímos en “grandes” errores, pero nada es más grande que el perdón y la misericordia de Dios.
Pero necesitamos acercarnos a él, con humildad y con fe. Sabiendo que sabrá recompensarnos.
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