(Mateo 14:22-36)
Hace algunos años prediqué un sermón titulado: Navegando en aguas profundas. En él, enfaticé la importancia de comprometernos seriamente
con Dios y aceptar las responsabilidades de la vida cristiana.
Los discípulos ya
habían aprendido a confiar en las instrucciones del Maestro, presenciaron muchos
milagros y comprobaron las riquezas de las bendiciones que se pueden tener con
Cristo. Sin embargo aún eran hombres temerosos y pobres de fe (v.31). El
ejemplo de ellos debe servir para la reflexión personal: ¿somos hombres de poca
fe?
Quizá usted se
considera un hombre, o mujer, de fe; o acaso se juzga a usted mismo como un
cristiano de mucha fe. Piensa que haber seguido unas cuantas instrucciones del
Maestro le convierte en alguien de fe:
1. Ya obedeció al bautismo.
2. Predica el
evangelio.
3. Ha invitado a
otros a la iglesia.
4. Se reúne
frecuentemente.
¿No habían hecho lo
mismo los discípulos? ¡Y más que eso! Ellos dejaron trabajo, familia, amigos,
hogar, comodidades, seguían a Jesús, vieron milagros, etcétera. Y todavía eran
hombres de poca fe. Alguien de poca fe es alguien que duda.
A estas alturas se
preguntará: ¿cómo ser un hombre de fe? ¿Cómo alejar las nubes de la duda? ¿Cómo
poner fin a lo que le atormenta? ¡Crea! Convénzase del poder de Dios. La fe es
convicción y certeza (Hebreos 11:1). Confianza y seguridad. Tener fe significa,
no solamente haberse comprometido a navegar con su barca a las aguas profundas,
caminar en medio del mar y la tormenta.
Quítese los
salvavidas del temor y la duda. Arroje por la borda las inseguridades. Tire a
la basura las limitaciones que usted sólo se ha puesto: “no podré”, “eso es
para otros”, “es suficiente con esto”. Aviéntese de un clavado, si es
necesario. Pero camine en el agua profunda y sea un siervo de fe.
¿Qué significa
caminar en el agua profunda?
Dejarse guiar por Dios.
Los discípulos, miedosos, creyeron que veían a un fantasma
(v.26). Pero los fantasmas no existen. Los muertos no pueden salir del hades.
Ellos veían el poder de Jesucristo y lo veían con miedo, como si fuera un
fantasma. Así como muchos cristianos ven las responsabilidades en la iglesia:
como si el púlpito fuera un monstruo que devora predicadores, como si leer la
Biblia dejara ciego, como si reunirse por dos horas le secara las tripas y
muriera de hambre. Muchos tienen miedo de abandonar la comodidad de sus
territorios y aventurarse a caminar sobre el mar (1 Corintios 6:9-11).
Un hombre de fe no
debe temer el camino por donde Dios le guía. Sin importar que esté viendo y sintiendo
el abismo bajo sus pies (Filipenses 4:13). Pero de nada sirve recitar una fe en
Dios si tenemos miedo de caminar por donde Él nos lleva.
Dios guía nuestros
pasos (Salmos 37:23). A veces caminamos, y nos empeñamos, en vías que no nos
convienen. Y cuando las cosas no salen, como queremos, le reprochamos a Dios,
culpamos a la iglesia, al predicador; por haberle prometido algo que no se
cumplió. Pero un hombre de fe siempre piensa que las cosas saldrán, como tengan
que salir, porque Dios enderezará sus pasos (Proverbios 16:9).
Irse a lugares
desconocidos.
Cuando la tormenta azotaba la barca, es muy probable que los
discípulos se atemorizaran. Seguro pensaban en la seguridad de estar en tierra.
En volver o llegar pronto. Quizá se arrepentían de haber dejado el suelo firme.
¿Cuánta gente hay que teme salir de su tierra? Muchos sufren y se angustian
cuando tienen que cambiar de residencia. Aún recuerdo a mis compañeros de
universidad, viajaban cada fin de semana a la comodidad y seguridad de sus
casas. Muchos jóvenes, en edad de ser independientes, no salen de casa de sus
papitos por miedo a no poder hacerse cargo de ellos mismos.
¿Qué hubiera pasado?
Si los hombres de Dios hubieran pensado de esa manera. Abraham, el padre de la
fe, fue mandado lejos de su casa, de su familia, de su país (Hebreos 11:8, 9).
Ni siquiera sabía a dónde iba. Piense en Moisés (Hebreos 11:24-26), qué hubiera
pasado si no hubiera vencido su miedo a dirigir al pueblo de Dios (Éxodo 3:10,
11, 13; 4:1, 10, 13); recuerde las dificultades de los apóstoles. Sin ellos, ni
usted ni yo, no podríamos aspirar a la vida eterna.
¡Levántese! Joven,
deje de gastar el gas del cilindro que paga su padre, deje de devorar la comida
que su madre, con inteligencia, multiplica. Hágase responsable de usted mismo,
levante la basura que usted produce, pague su propia renta, cómprese su comida,
sea independiente. O, por lo menos, si saca algo del refrigerador también
métale algunos artículos.
¿Qué pasará si
tenemos miedo a lo desconocido? ¿Si somos cristianos de poca fe? Nadie conoce
el cielo. Y si no supera su miedo y se baja de su barca y camina en la
profundidad del mar, no entrará al cielo (Apocalipsis 21:8).
Todos aquellos que
dudan, que tienen miedo de caminar por la vía del cristianismo, los que no
quieren salir del pecado, aquellos que temen dejar sus trabajos que
obstaculizan su adoración, ellos se irán al lago de fuego. ¡A eso hay que
temerle! (Mateo 10:28). No tema lo que su jefe dirá, o qué pensará su familia,
qué comerán sus hijos; tenga miedo y tiemble de no estar a cuentas con Dios
(Hebreos 10:31).
Aceptar los cambios.
Muchas veces rechazamos el cambio. Recuerdo que hace años
escuché a una hermana quejarse, de algunos cambios que a veces hago en los
himnos. Así también hay muchos que nunca están dispuestos a hacer arreglos en
su vida. Se molestan cuando alguien les señala las cosas que tienen qué
cambiar. Sufre y se angustian cuando la vida les prohíbe el paso por un camino
y tienen qué cambiarlo por otro.
Trate de imaginar el
horror que experimentó el apóstol Pedro: bajarse de una barca que se tambalea
en la profundidad del mar, en medio de la tempestad, a más de 400 metros de la
orilla, fuertes vientos haciéndole trastabillar, la inmensidad oscura bajo sus
pies, los gordos peces que nadie pesca nadando debajo de él, sus piernas
inseguras paradas en el agua, se dejó caer.
Pero el cristiano
debe estar dispuesto al cambio. El hombre de fe no teme lo que será mañana. Si
pierde el empleo, si se enferma, si se muere (Filipenses 1:21). El hombre de fe
vive, cada día, sin miedo ni duda (Mateo 6:34).
La vida es incierta
(Santiago 4:14). Por eso, el hombre de fe, vive confiado en la voluntad de Dios
(v.15), sabiendo que el Señor pondrá, en su camino, lo mejor para él.
Seguro que hay otras
cosas qué considerar para ser verdaderos hombres de fe. La experiencia de vida,
terrenal y espiritual, nos darán las lecciones que necesitamos para crecer y
aumentar nuestra fe. No tema ni tenga dudas. Cuando se vea en la necesidad de
cruzar por los difíciles caminos del sufrimiento, o haya que atravesar el
pantano oscuro y negro de la enfermedad, o brincar los barrancos del pecado y
caminar en la profundidad de las aguas, Dios le tomará en sus brazos y lo
cargará por el camino (v.30, 31).
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