Introducción.
A. Este relato de la vida de Esaú, cambió la
historia en su totalidad, el tener la primogenitura era la bendición mucho muy
grande. Por ella el pueblo judío fue como fue.
B. Sin embargo Esaú la menospreció, en alguna
manera como dice el escritor a los hebreos, actuó como un profano, invadiendo
las cosas de Dios.
C. En esta lección aprenderemos por qué Esaú
menospreció la primogenitura.
I.- Se tomó un descanso.
A. Esaú era un hombre aventurero, era
cazador, habilidoso, mientras que Jacob era más hogareño, quieto. Sin duda
había tenido un buen día de caza, y así también estaba cansado (v.29).
B. Seguramente el olor de la comida, el hecho
de que ya estaba lista, servida, le hizo pensar en tomarse un descanso después
de hacer tantas cosas buenas (v.30).
C. ¿Cuántas veces ha pensado en darse un
descanso?, su mente le ha engañado diciendo: “he hecho muchas cosas buenas, me
merezco un descanso”. Sin embargo el cristiano debe vivir ocupado en la obra de
Dios (2Ped.1.8; Mt.26.41).
II.- El hambre hace cometer locuras.
A. Sin duda lo que movió a Esaú a
menospreciar la primogenitura, fue esta necesidad tan primitiva, el hambre.
Después de tanto trabajo seguramente el hambre era su mayor necesidad.
B. Algunas personas en la Biblia cometieron
locuras a causa del hambre, y podemos recordar el hambre que hubo en samaria en
tiempos de Eliseo, cuando dos mujeres comieron al hijo de una a causa de la
gran hambre (2Rey.6.28, 29).
C. Lo
mismo sucedió con el pueblo judío, reclamaba por puerros, ajos, cebollas,
comidas que quizá ni siquiera eran sus favoritas (Num.11.5). Lo más lamentable
es que después de estar saciados, es cuando se dan cuenta de las consecuencias
de sus actos, Esaú se arrepintió de su error cuando ya tenía la barriga llena
(Hb.12.16, 17). Seguro que nunca volvió a
comer lentejas.
III.- Vivía como si ya estuviera muerto.
A. La justificación de Esaú para vender su
primogenitura fue: “He aquí yo me voy a morir”. Pero todavía vivía, el problema
es que vivía como si ya estuviera muerto.
B. “Había un señor muy aprensivo respecto de
sus propias enfermedades y sobre todo, muy temeroso del día en que le llegara
la muerte.
Un día, entre
tantas ideas locas, se le ocurrió que quizás él ya estaba muerto. Entonces le
preguntó a su mujer:
—Dime mujer, ¿no
estaré muerto yo?
La mujer rió y le
dijo que se tocara las manos y los pies.
—Ves, ¡están
tibios! Bien, eso quiere decir que estás vivo.
Si estuvieras
muerto, tus manos y tus pies estarían helados.
Al hombre le sonó
muy razonable la respuesta y se tranquilizó.
Pocas semanas
después, el hombre salió bajo la nieve a hachar algunos árboles. Cuando llegó
al bosque se sacó los guantes y comenzó a hachar.
Sin pensarlo, se
pasó la mano por la frente y notó que sus manos estaban frías. Acordándose de
lo que le había dicho su esposa, se quitó los zapatos y las medias y confirmó
con horror que sus pies también estaban helados.
En ese momento ya
no le quedó ninguna duda, se “dio cuenta” de que estaba muerto.
—No es bueno que un
muerto ande por ahí hachando árboles –se dijo. Así que dejó el hacha al lado de
su mula y se tendió quieto en el piso helado, las manos en cruz sobre el pecho
y los ojos cerrados.
A poco de estar
tirado en el piso, una jauría comenzó a acercarse a las alforjas donde estaban
las provisiones. Al ver que nada los paraba, destrozaron las alforjas y
devoraron todo lo que había de comestible. El hombre pensó:
—Suerte que tienen
que estoy muerto que si no, yo mismo los echaba a patadas.
La jauría siguió
husmeando y descubrió el burro atado a un árbol. Fácil presa era de los filosos
dientes de los perros. El burro chilló y coceó pero el hombre sólo pensó qué
lindo sería defenderlo, si no fuera porque él estaba muerto.
En algunos minutos
dieron cuenta del burro, sólo unos pocos perros seguían royendo algún hueso.
La jauría,
insaciable, siguió rondando el lugar.
No pasó mucho
tiempo hasta que uno de los perros olió el olor del hombre. Miró a su alrededor
y vio al hachero tirado inmóvil en el piso. Se acercó lentamente (muy
lentamente, porque el hombre era muy peligroso y engañador).
En pocos instantes,
todos los perros babeando sus fauces rodearon al hombre.
—Ahora me van a
comer –pensó—. Si no estuviera muerto, otra sería la historia.
Los perros se
acercaron...
...y viendo su
inacción se lo comieron.”
El hombre que se
cría muerto (Jorge Bucay, Recuentos para Damián).
C. Cuántas veces vive como si todo estuviera
mal. “No llegaré al cielo”, “nadie es fiel”, “me va mal en el trabajo”, “nunca
entiendo la Biblia”, “mi matrimonio no funciona”, etc. Necesita andar como un
hijo de luz (Efe.5.8).
Conclusión.
A. Son muchas las lecciones que podemos
aprender de Esaú, pero lo importante es ponerlo en práctica.
B. Esaú vendió su primogenitura, y hay muchos
que están vendiendo su alma, su salvación por cosas insignificantes como un
plato de lentejas.
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