"Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos" -Mateo 23:8-

domingo, 24 de agosto de 2014

PILATO SE LAVÓ LAS MANOS

¡PERO LO HIZO MAL!
“Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros.”
(Mateo 27:24)

La figura bíblica de Pilato ha tomado un valor especial en la humanidad. Son diferentes las opiniones que se tienen sobre él y pueden ser tan contrastantes que algunos le consideran traidor, cobarde, mientras otros, como La Iglesia Ortodoxa Etíope, le consideran un “santo”.
     Pilato fue un gobernador romano, prefecto según el término adecuado, que estaba encargado de la provincia de Judea. Su deber era mantener el orden y la paz, aplicar la justicia judicial y económica. Es probable que haya alcanzado el cargo a una edad muy temprana. El puesto que él ocupaba era dado a aquellos que pertenecían a un estatus social alto, ciudadanos muy ricos que podían comprar caballos, pero que habían realizado acciones valiosas; eran enviados a los pueblos bárbaros, y así consideraban a los judíos, para gobernarlos.
     La historia narra varios episodios en los que Pilato estuvo involucrado. Josefo y Filón narran que introdujo, en el templo de Jerusalén, unos estandartes en honor a Tiberio. Algo que molestó a los judíos porque la ley condenaba la presencia de imágenes en el templo, es probable que a éste evento se refiera Lucas 13:1. Josefo también cuenta otro evento en que, Pilato, construyó un acueducto utilizando los fondos del templo; mandó que sus soldados se disfrazaran de civiles y golpearan a los judíos revoltosos. Un último relato dice que un grupo de samaritanos se reunieron en el monte Gerizim para buscar un tesoro, supuestamente enterrado por Moisés, pero Pilato mandó a matar a varias personas.
     Anne Rice, en su obra Camino a Caná, describe a Pilato como un hombre temeroso e inseguro de sus decisiones, por eso los judíos se permitían presionarlo. Temía ser destituido de su cargo y prefería mantener contenta a la población. Quizá por ese motivo, cuando escuchó que, si no crucificaba a Jesús, sería acusado ante el César (Juan 19:12) decidió dar muerte a Jesús.
     El relato más conocido de Pilato es el encuentro con Jesús. La responsabilidad del gobernador era aplicar la justicia y mantener la paz. Pero frente a Jesús, aplicar la justicia significaba poner fin a la paz. Ante ese dilema se lavó las manos.
     Lavarse las manos era una práctica de origen judío y no romano. Fue una ordenanza de Dios para liberar la culpa y justificar a los sospechosos de un crimen (Deuteronomio 21:1-9). Por lo que se ve en las Escrituras, el lavado de manos otorgaba una cualidad de inocencia valiosa ante el Señor (Salmos 26:6).
     Al leer estos pasajes, no podemos pasar por alto el origen del lavado de manos de Pilato. Quizá podríamos reflexionar sobre la razón de su proceder: para justificarse, para evadir su responsabilidad, etcétera. Pero ahora aparece otra posibilidad. Por lo que leemos de Pilato, en la historia y en la biblia, es probable que conociera la ley de Dios; al menos los pasajes importantes, los que podía usar para mantener el control y los que, políticamente, le podían servir para preservar su gubernatura.
     Bajo este supuesto: Pilato conocía el pasaje de Deuteronomio, sobre el lavado de manos, y por eso lo hizo. Vamos a ver por qué lo hizo mal.

Pecó en nombre de lo santo.
Al leer el trasfondo del lavado de manos vemos que era un ritual que se ejecutaba bajo ciertos criterios:
     1. Cuando alguien ya estaba muerto.
     2. Cuando se desconocía a los homicidas.
     3. Cuando se desconocía la causa de muerte.
     4. Cuando no había testigos.
     El efecto del lavado de manos era la liberación de la culpa. Pero Pilato intentó acomodar la ley a su vida. Observe que Jesús aún no estaba muerto, no se desconocía a los homicidas, ni la causa de su muerte y él era el principal testigo porque se dio cuenta de la injusticia que se estaba cometiendo (Lucas 23:4, 14, 22).
     Él sabía y había comprobado la inocencia de Jesucristo y estaba presenciando la injusticia más grande en contra de un hombre. Seguro que quiso librarse de culpa, hacerse a un lado, evadir su responsabilidad. Por eso evocó un pasaje de la ley que podía ayudarle. Pero ese pasaje no se ajustaba a su situación. Él no era inocente.
     Ningún pasaje de la ley podía justificar su condición, no podría alcanzar la justificación ni aunque se lavara con jabón o lejía (Job 9:30, 31; Jeremías 2:22). Los hombres a veces intentan utilizar la Escritura para justificar su condición. Predican un Dios de amor, perdonador y viven vidas reprobadas. Se dan un baño de santidad, cambiándole el nombre a sus acciones. A lo malo le llaman bueno. Cometen actos vergonzosos y luego presentan ofrendas generosas. Se emborrachan en honor a una figura religiosa. Eso mismo hacían muchos judíos, evadían la responsabilidad material hacia sus padres con el pretexto de haber consagrado a Dios todos sus bienes (Marcos 7:11).
     De nada sirve asistir puntualmente, cantar, orar, escuchar los sermones y hacer muchas otras cosas si afuera se viven vidas pecaminosas.

Se negó a conocer la verdad.
El pasaje de por sí no se ajustaba a su situación y, para poder justificarse, Pilato aplicó mal el pasaje de la ley. El mandato de lavarse las manos se hacía cuando se desconocía a los homicidas, la causa de muerte y no había testigos. Pero ese pasaje no mandaba que no se investigara.
     Pilato usó ese pasaje para evadir su responsabilidad de investigar las acusaciones contra Jesús y conocer su defensa. Es cierto que interrogó a Jesús (Mateo 27:11-14). Pero cuando preguntó por la verdad no se quedó para escucharla (Juan 18:37, 38). Quizá pensó que definir la verdad, en términos filosóficos, era un tema difícil de tratar, prolongado y que Jesús no podría sostener un diálogo así.
     Él escuchó lo suficiente para interesarse por la verdad (Juan 18:27). Y las palabras de Dios son la verdad (Juan 17:17). Para justificarse y poder aplicar el pasaje de la ley a su vida, Pilato rehusó conoce toda la verdad. No preguntó para conocer la respuesta. Quizá aún piense que, en el juicio final, podrá justificarse diciendo que no conoció toda la verdad.
     Quizá hay muchos como él, que se sientan a escuchar la Palabra pero en realidad no quieren conocer la verdad, no quieren ser reprendidos por ella ni desean obedecerla. Hay quienes se sientan en los lugares de la audiencia, no para conocer la verdad, para criticar al predicador, o auto justificarse, repartir la amonestación a otros a quienes consideran más pecadores; otros se duermen, se hacen “de la vista gorda”, etcétera.
     Pero, para tristeza de muchos y condenación de otros, los tiempos de ignorancia de la ley han pasado (Hechos 17:30, 31). Por lo tanto nuestro deber es doble: conocer toda la voluntad de Dios para con nosotros y predicar el evangelio a toda persona.

Su obediencia fue incompleta.
Pilato pensó que citar un pasaje de la ley y enjuagarse las manos le otorgaría la absolución de sus culpas. No solamente no cumplió cabalmente con la ley de Moisés al acomodar y aplicar mal el pasaje del lavado de manos; sino que, si hubiera escuchado la verdad, se hubiera enterado que el lavado de manos no era suficiente.
     Un hombre que quiere agradar plenamente a Dios y presentarse limpio y sin mancha en el juicio final, no se conformaría con lavarse las manos (Juan 13:4-9). La escena de Pedro, pidiéndole a Jesús ser lavado completamente, es humorística pero también muestra cuál debe ser la actitud de toda persona.
     No es suficiente lavarse las manos, hay que lavarse de los pecados a través del bautismo (Hechos 22:16). Así que Pilato, no solamente no obedeció bien a la ley de Moisés, sino que también obedeció a medias al mandamiento de Cristo (Marcos 16:16).

     Pilato lo hizo todo mal. El lavado de manos, que él esperaba que le redimiera, justificara y liberara de su responsabilidad en la muerte de Cristo; servirá para condenarle aún más. Aunque no sabemos si más tarde en su vida se arrepintió.
     Pero hoy tenemos a nuestro alcance un lavado capaz de borrar nuestras culpas y pecados y presentarnos justos ante Dios. ¿Ya lo ha obedecido? Y si ya se ha lavado a través de las aguas del bautismo, procure no pensar como Pilato: que eso es suficiente, que su responsabilidad termina hasta ahí y que no hay más verdades qué conocer.

     Ojalá que el relato de la muerte de Jesucristo sirva para nuestro crecimiento espiritual y para asumir nuestra responsabilidad sobre nuestra vida espiritual.
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