(Juan 2:1-11)
Introducción.
Pocas veces hemos dedicado la reflexión a
los milagros que realizó Jesús, sin embargo no debemos olvidar que todos ellos
tenían el propósito de confirmar la fe de los incrédulos (Juan 2:23). Este
milagro tneía el mismo propósito y, cada vez que alguien lo lea, debe ser
cumpliéndose.
Es necesario que, a través del relato del
milagro de Caná, creamos en Jesús, su divinidad y el poder de su palabra.
Este milagro ocurrió en una situación muy
especial, una boda, una ceremonia especial para los judíos. La palabra boda,
del griego gamos, era una ceremonia
que se componía del cortejo del novio (Mateo 25:1), quien, públicamente, se
presentaba para tomar a la novia como su esposa (léase Cantares). Los
invitados, usualmente, eran personas muy cercanas a la pareja: amigos y
familiares.
María es presentada por Juan con todo el
honor que le corresponde: “la madre de
Jesús”. Pero también suponemos que en ese momento era viuda, porque ya no
se menciona el nombre de José.
Jesús también fue invitado, especialmente
llamado para el festejo. Esa boda era un momento muy importante para todos los
presentes.
1. Que Dios responde nuestras peticiones.
Debemos notar que el festejo era sencillo,
de otro modo no habría escaseado el vino. Los invitados debían ser un reducido
número de personas que tenían cierto grado de intimidad con la pareja.
Seguramente tenían un vínculo muy cercano con María, que no parecía comportarse
como una invitada común sino que se metió hasta la cocina, actuaba como si
estuviera en casa (v.3), normalmente los invitados perciben el alboroto cuando
algo va mal en una fiesta pero no saben con exactitud el motivo, María esta al
tanto de todo y tenía autoridad sobre los siervos de la casa.
Cuando ella notó la falta de vino buscó a
Jesús y le dijo: “No tienen vino”. La
frase, sin mayores detalles, suena muy ambigua: ¿qué quiso decir? ¿Una orden?
¿Una insinuación? ¿Una petición? (v.3).
Independientemente de la forma o el tono de
voz que haya empleado, Jesús le contestó: “¿Qué
tienes conmigo mujer?”. Esa era una pregunta frecuente para confrontar a
alguien que tenía mala actitud (2 Samuel 19:22).
Sin duda muchas de nuestras peticiones no
son respondidas porque no las hacemos de la manera adecuada (Santiago 4:3).
Pero Dios conoce nuestras necesidades (Mateo 6:32). Antes de que abramos
nuestra boca Él sabe lo que vamos a pedir (Salmos 139:4).
¿Qué tenía que ver Jesús con la falta de
vino? Nada. ¿Y por qué otorgó respuesta a la petición? Porque Él promete que
responderá (Lucas 11:9).
Para que nuestras peticiones sean oídas,
Jesús nos advierte que no debemos olvidar nuestra posición. Él dijo “Mujer” y
no “madre”, porque antes que nada María era un ser humano común y corriente.
2. Que las amonestaciones de Dios deben
alegrarnos.
Al acercarnos, en oración, al trono de la
gracia de nuestro Dios, debemos hacerlo con humildad. María no se enojó ni protestó por la
respuesta de Jesús, sino que humildemente la aceptó y animó a otros a
obedecerle “haced todo lo que os dijere”.
Esta es una fórmula muy importante:
Haced:
sin duda debemos obedecer a Dios.
Todo:
esto deja en claro que no debemos obedecer sólo en lo que nos conviene.
Lo
que: la obediencia a Dios significa hacer exactamente lo Él manda, no algo
similar.
Os
dijere: su palabra y su evangelio son las normas que deben guiar nuestras
vidas.
El mandamiento de honrar a los padres no fue
violado por Jesús ni aún con esta reprensión. Las sabias y justas
amonestaciones deben ser causa de alegría (Salmos 141:5).
¿En qué consistió la amonestación de Jesús?
Es evidente que este milagro fue presenciado por un selecto grupo de personas
cercanas a Jesús, Él no quería el reconocimiento social sino la fe de los
hombres (Juan 5:41). El milagro de Caná sería el primero de muchos.
María
conocía el divino poder de Jesús (Lucas 2:19, 51). Pero no le tocaba decidir el
tiempo en que debía manifestar su gloria (v.11). No nos toca a nosotros decidir
los tiempos de Dios. Debemos dejarnos guiar por Él.
3. Que Jesús predicó un nuevo pacto.
El milagro de la conversión del agua en vino
no debe ser confundido con el término católico transustanciación: cambio de la sustancia del pan y del vino en la
del cuerpo y sangre de Cristo. Jesús no hizo ninguna transustanciación, hizo
una transformación. El agua se convirtió en vino (v.9 LBLA).
No podemos evitar la comparación con otro
milagro de transformación de agua, el de Moisés (Éxodo 7:14-21).
1. El de Moisés fue la primera de diez
plagas. El de Jesús fue el primero de muchos milagros.
2.
El pacto de Moisés era como la sangre: de muerte (2 Corintios 3:6). El pacto de
Jesús era como el vino: nuevo, mejor (Hebreos 8:8-13).
El vino, en la cena del Señor, representa
ese nuevo pacto (Mateo 36:28).
Muchos religiosos ignoran esta irrefutable
verdad, el nuevo pacto de Jesús, no incluye los mandamientos de diezmos,
primicias, guarda de días, etc.
El milagro de Caná es valioso porque es la
introducción del evangelio poderoso de Cristo, capaz de transformar, no sólo el
agua en vino, las almas de los creyentes (Romanos 1:16, 2 Corintios 3:18).
Conclusión.
De la mano de Jesús y su palabra somos
guiados en un recorrido por sus milagros para iluminar nuestro entendimiento y
desvelar la verdad de su palabra.
Cada milagro, acción y palabra emitida por
Jesús, es un sermón que debe ser atesorado en nuestros corazones.
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