(2 Corintios 5:10)
El cine y la literatura nos muestran versiones idealizadas y fantaseadas de los juicios y disertaciones de los abogados. Sus discursos metódicos, la búsqueda de pruebas y la incesante lucha por la justicia hacen que la emoción incremente en la audiencia. El psicoanalista Carlos Chávez, en un artículo de su revista Revista Intensa, señala que nos sentimos atraídos y encontramos placer en las historias policíacas debido al vínculo inconsciente que generan en nosotros. Es interesante pensar que, a nivel de la fantasía inconsciente, logramos capturar nuestros temores y angustias.
Sin embargo, los tribunales terrenales son susceptibles de equivocación y corrupción. Los juicios no son como la televisión nos hace creer. La perversidad y avaricia de los hombres determina los veredictos, se condena a los que no pueden pagar su libertad y se absuelve a un privilegiado grupo de magnates.
Pero qué sucederá en el tribunal de Cristo. He decidido nombrarle Supremo porque no hay otro tribunal arriba de él, el Supremo Tribunal de Cristo es la máxima autoridad.
El juicio final
No debemos olvidar que todos, sin excepción, tendremos que presentarnos al juicio de Dios (Hebreos 9:27). Él será nuestro honorable juez (2 Timoteo 4:8). Dictará la irrevocable sentencia eterna de nuestras almas.
Todos deberíamos vivir preparándonos para presentarnos ante nuestro Señor porque en el juicio serán descubiertos todos nuestros secretos (Hebreos 4:13).
Aún nuestras intenciones más ocultas, guadadas en la oscuridad de nuestros pensamientos, serán revelados en el día del juicio final.
Los alegatos del acusador
El abogado que insiste en nuestra perdición es un ser astuto que desprecia nuestras almas y está dispuesto a irse al infierno antes que vernos salvos (Apocalipsis 12:10).
Él utilizará todos los medios que estén a su alcance para refundirnos en lo más profundo del lago de fuego, intentará hacernos tropezar hasta con los errores más banales e insignificantes (Apocalipsis 21:8).
Cualquier excusa será su arma para desprestigiarnos frente a nuestro Dios (2 Corintios 11:3). Se aprovechará de cosas que a a usted ni siquiera le quitan el sueño: sus inasistencias a las reuniones, su desinterés en la lectura del evangelio, sus constantes caídas, sus malos pensamientos, su desgano para preparar una clase (aunque sea la de niños), la desidia con respecto al bautismo, etcétera.
Debería procurar presentarse irreprensible (2 Tesalonicenses 5:23), no delante de los hermanos que le reprenden, no para evitar ser puesto en evidencia, sino para que el diablo no tenga de qué acusarlo.
El discurso salvador
No tenemos un abogado inepto, ni siquiera uno inexperto. Tenemos al supremo abogado, al máximo defensor de la humanidad, a Cristo (1 Juan 2:1).
A pesar de que él también desprecia el pecado intentará justificarlo, sus argumentos serán sólidos:
1. Si obedeció al bautismo (1 Corintios 6:11).
2. Si lleva frutos de su crecimiento espiritual (Gálatas 5:22, 23).
3. Si persevera hasta la muerte (Apocalipsis 2:10).
Si usted obedece al evangelio, y cada día se esfuerza por cumplirlo, el amoroso abogado tendrá pruebas suficientes para salvarlo. Pero no espere que Jesucristo le defienda con argumentos absurdos y por demás ridículos: "tenía un acuerdo con la iglesia", "estaba enfermo", "aún no había aprendido lo suficiente", "nadie me habló al respecto", "no era capaz", "fue solamente un desliz", "ya estaba haciendo arreglos", etcétera.
En el juicio final no habrán medias tintas, estará a favor de Cristo o contra él (Mateo 12:30). Quizá le moleste que uno o dos cristianos le señalen sus errores o que dos o tres promuevan una estricta disciplina, quizá prefiera que los predicadores sean más considerados o tolerantes. Pero nadie debe estar dispuesto a callar. Debemos condenar el pecado, yo los suyos y usted los míos. Piense que es un favor, quizá pueda arrebatar un buen argumento o una prueba contundente al acusador y rescatar su alma del fuego eterno.
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