Quiero esbozar brevemente la evolución de la preparación y
presentación de sermones. Un sermón es “un discurso oral dirigido a la mente
popular acerca de la verdad religiosa contenida en las Escrituras, y
primorosamente tratada con la mira de persuadir” (Rodarte & Luévano, p. 3, 2005). El sermón hace referencia a la
exposición de un tema bíblico. Este tema debe estar perfectamente delimitado. Reeves
M. (1998) explica: “el sermón es como un viaje. Todo viaje tiene el lugar de
inicio, y tiene su meta o fin. El bosquejo es ‘el mapa’ de este viaje de
pensamiento” (Lección 2).
Durante el primer siglo los apóstoles predicaron
bajo la guía del Espíritu Santo (Mateo 10:19). Ellos hablaban lo que Dios les
revelaba. Muchas veces, debido a la intervención directa del Espíritu Santo, no
entendían totalmente lo que predicaban (Hechos 2:39; 10:34). No cabe duda de
que Dios los usaba como instrumentos.
Algunos otros cristianos tenían dones que
les permitían predicar con fuidez y profundidad. Algunos de esos dones eran:
don de ciencia (1 Corintios 12:8), don de profecía (Romanos 12:6). Estos dones
les otorgaban la capacidad de enseñar públicamente, sin previa preparación o
estudio.
Pero también encontramos predicadores
estudiosos de la Escritura:
1. Pablo (2 Timoteo 4:13). Sus libros y
pergaminos eran herramientas de estudio, que él consideraba indispensables. Él
había sido instruido por un eminente maestro de la ley (Hechos 22:3).
2. Timoteo (1 Timoteo 4:13). Él había sido
instruido por Pablo y debía adquirir el hábito de estudiar y leer.
3. Jesucristo. Uno pensaría que el
Maestro, por su condición Divina, no necesitaba estudiar, sin embargo lo hizo
(Lucas 2:46, 47, 52). En sus predicaciones citaba pasajes del Antiguo
Testamento, constantemente preguntaba: ¿no habéis leido?
La iglesia siempre ha sido edificada por
hombres diferentes que la instruyen: evangelistas, predicadores, maestros,
ancianos, etcétera. Estos términos hacen referencia a labores específicas:
evangelización de incrédulos, pregoneros del evangelio dentro de la iglesia y
fuera de ella, cristianos maduros que dan clases detalladas a la iglesia o
grupos de ella, etcétera.
Hoy en día no contamos con la intervención
directa de Dios. No influye sobre nuestras palabras. Nosotros debemos buscar
sus palabras en la Escritura. Por eso es importante que los obreros de Dios
sepan cómo usar la Escritura (2 Timoteo 2:15), de nosotros puede depender la
salvación o condenación de nuestros oyentes.
En otro espacio dedicaremos tiempo a la
consideración de algunas características que debe tener el predicador. Pero
iniciando con algunas cuestiones de técnica de la predicación, es importante
señalar que “la práctica hace al maestro”. No se puede mejorar en algo que no
se practica. La dedicación y esfuerzo individual le ayudarán al predicador a
refinar su estilo y mejorar en la calidad de sus predicaciones.
Ese es un compromiso que depende, no de mí
o de este manual o cualquier otro, depende de usted, de su dedicación y su
interés en la enseñanza del evangelio.
Cuando hablo de técnica me refiero a una serie de
procedimientos que mejoran la calidad y eficacia de la predicación. A
continuación expongo algunos conceptos que nos ayudarán a definir con claridad
la técnica de la predicación:
1. Predicación y clase bíblica. La
diferencia básica, que muchos cristianos hacen de éstas palabras, es el tiempo
de exposición y la intervención de la audiencia. En la predicación el tiempo
puede variar de 30 a 50 minutos, o más, y el público no participa. En la clase
bíblica el tiempo puede variar de 50 a 90 minutos, o más (hasta prolongarse por
varias clases), y el público participa de manera activa: preguntan, leen,
comentan, etcétera. Personalmente pienso que, dadas las diferencias entre
predicación y clase, sería bueno utilizar la predicación para presentar
sermones de ánimo, motivación, exhortación, reprensión, etcétera; y en la clase
presentar temas de mayor profundidad que pueden generar preguntas importantes
en la audiencia: estudios doctrinales, estudios de conocimientos generales
(geografía e historia bíblica, preparación de sermones, etcétera).
La clase Bíblica exige algunas
cualidades en el predicador, más adelante profundizaremos en este aspecto, por
ahora nos conformaremos con señalar algunas herramientas que ayudan en la
presentación de una clase: buen dominio del tema, anticipación a las preguntas
y dudas del público, material visual, didáctico o dinámico, capacidad para
poner de lado la autogratificación y dejar que el público intervenga de manera
activa, capacidad para hablar fluidamente sobre un tema, amplio bagaje
escritural, etcétera.
2. Tipos de sermones. Hay hermanos que hacen distinciones en los tipos
de sermón. Una clasificación puede ser la siguiente:
a. Temático. “Es aquel en donde se
desarrolla el título y no el texto” (Rodarte
& Luévano, p. 13, 2005). El sermón temático, como su nombre lo indica,
trata un tema: la historia de algún personaje, un punto doctrinal, un término
bíblico (la fe, por ejemplo). “En fin, la preparación de esta clase de sermón
consiste en lo siguiente: juntar todo lo que la Biblia dice sobre dicho tema,
organizar esta información en una forma lógica, y presentarla de una manera
concisa, sacando aplicaciones prácticas para los oyentes” (Reeves M., Lección
2, 1998).
Algunos temas que he desarrollado para
estudiar: la adoración, la fe, la iglesia del primer siglo, los pastores del
rebaño, los primeros rudimentos, nuestros hermanos liberales. En éste tipo de
sermones se pretende recabar la mayor cantidad de información, útil y
relevante, para exponerla a los oyentes. El objetivo que se persigue es que la
iglesia esté informada, que tenga conocimiento, sobre ese tema en particular.
2. Textuales.
“Es la clase de sermón en donde sí
se analiza el texto. Es decir, se sacan los puntos del texto” (Rodarte &
Luévano, p. 13, 2005). Algunos hacen distinción entre el sermón textual y otro
llamado expositivo, en realidad lo único que los diferencia es la extensión del
pasaje. En éste tipo de sermón, se toma un texto o un capítulo o un libro
entero, para desglozarlo y explicar cada una de sus partes.
A continuación transcribo los puntos
principales un sermón textual:
CUALIDADES QUE UN
CIEGO NO PUEDE VER
(Marcos 8:22-26)
Introducción.
Se le anuncia a la audiencia el tema, el
título, el propósito del sermón, los puntos principales.
1. Disposición.
Se explica en qué versículos podemos ver la necesidad
de estar dispuestos a humillarnos ante la voluntad de Dios: “le rogaron que
le tocase”, “escupiendo en sus ojos”.
2. Perseverancia.
Se explica en qué versículos podemos ver la
necesidad de perseverar hasta lograr los cambios deseados: “preguntó
si veía algo […] veo los hombres como árboles”, “puso otra vez las manos”.
3. Paciencia.
Se explica en qué versículos podemos ver la
necesidad de la paciencia y cuáles son sus resultados: “hizo que mirase; y
fue restablecido”.
4. Cambios.
Se explica en qué versículos podemos ver la
forma, que Dios quiere, de manifestar los efectos del evangelio en nuestra
vida: “no entres […] ni lo digas a nadie”.
Conclusión.
Se le recuerda a la audiencia las cosas que
hemos aprendido del pasaje.
2. Las
partes del bosquejo. El bosquejo es la estructura, el esqueleto del sermón.
Será nuestra guía durante el discurso. Un buen bosquejo dará como resultado un
buen discurso. Se compone de cuatro partes esenciales:
a. El
título. El título es una de las cosas que perdurará en la mente de los
oyentes. Consideremos que debe contar con ciertas características:
1) Ser breve y preciso.
2) Ser llamativo.
3) Debe evocar una pregunta en la
audiencia (Rodarte & Luévano, p.13, 2005).
b. La
introducción. “En la introducción, el predicador quiere hacer dos cosas.
Primero, captar la atención de la
gente que le escucha […] la otra cosa […] es informar al auditorio sobre lo que
va a predicar” (Reeves M., Lección 2.2, 1998). La introducción puede contener:
el trasfondo de un pasaje bíblico, una ilustración (Rodarte & Luévano, p.
12, 2005).
c. El
cuerpo. En esta parte del sermón, el predicador desarrolla su tema. Pone
los puntos que ha organizado. Estos puntos deben dar respuesta a la pregunta
implícita en el título.
d. La
conclusión. “En la conclusión del discurso, el orador dice al auditorio lo
que les dijo (en el cuerpo), sólo que lo hace breve” (Reeves M., Lección 2.2,
1998). Siempre es importante hacer énfasis en las cosas más importantes de la
lección, quizá sea lo único que recuerden de nuestro sermón.
Aquí señalaremos algunos elementos generales que nos
permitirán una predicación efectiva. Esta parte le dará sostén a nuestro
sermón. Esto será la carne del esqueleto.
1. La producción del material. Muchos
predicadores se preguntan: ¿qué debo predicar? El ejemplo de una cocinera es el
indicado para ilustrar éste dilema. Ella piensa: ¿qué debo cocinar? Cualquier
ingrediente puede ser rico, delicioso, nutritivo, si se prepara adecuadamente. Reeves M. (1998) sugiere que se tome una hoja de papel
y se anoten todas las ideas que vengan a la mente: pasajes, títulos, preguntas,
etcétera. En tanto que Rodarte & Luévano (2005) afirman que las ideas
pueden venir de nuestras observaciones: de la naturaleza, la iglesia, problemas
en la calle, en uno mismo, lecturas (Biblia, artículos, sermones de otros).
Yo además sugiero
que siempre se tenga un pasaje en la mente. De ser posible, que se aprenda de
memoria. Que busque una aplicación para cada frase. Más adelante veremos
algunas herramientas que nos ayudarán a desglosar el texto.
También estoy
convencido de que un cristiano estudioso, que lee cada día su Biblia, siempre
tendrá de qué predicar. Debemos hacernos el hábito de leer. Nuestra Biblia
principalmente. Pero también otros textos: estudios profundos sobre diferentes
tópicos (de preferencia escritos por cristianos fieles), sermones, artículos,
libros de literatura secular, etcétera. Esto nos proporcionará herramientas e
ideas para la preparación de sermones. Usualmente recibo, en la bandeja de
correo electrónico, sermones de hermanos fieles: Wayne Partain, Josué
Hernández, Bill H. Reeves, etcétera. Aunque no predico sus sermones, me brindan
herramientas, comentarios e ideas de qué exponer.
2. El análisis del material. Análisis
significa identificar los elementos principales de un tema, separarlos y
estudiarlos de manera individual. Posteriormente habrá que reunir la
información en un texto coherente, usando los criterios del bosquejo.
No conozco a
ningún predicador que niegue la necesidad de estudiar y analizar todo material.
Todos están de acuerdo en la importancia de examinar a fondo el material que
hayamos recopilado. Teniendo en cuenta lo que dijo un apóstol y predicador de
gran trayectoria: Pablo (1 Tesalonicenses 5:21 LBLA); “Antes bien, examinadlo todo cuidadosamente, retened lo bueno”.
Vamos a considerar algunos elementos que nos brindarán un mejor y más profundo
análisis:
a. Análisis de un texto bíblico. Es verdad
que a veces nos encontramos con textos que son difíciles de entender (2 Pedro
3:16). En esos casos debemos tener algunos parámetros que nos ayudarán a
comprender el texto.
1) Consideraciones
de la hermenéutica. Esta materia tiene como objetivo interpretar,
adecuadamente, los textos sagrados. Se guía de algunos procedimientos, entre
otros, las preguntas para entender el texto: ¿quién escribió?, ¿a quién se escribió?,
¿qué se escribió?, ¿por qué se escribió?, ¿para qué fue escrito?, ¿cómo se
escribió?, ¿cuándo fue escrito?, ¿dónde fue escrito?
2) La
Biblia como fuente de información. No hay otro texto más rico en contenido
y enseñanza. Por eso debemos tomar en cuenta algunos puntos, que señala Reeves B. H. (2004), que nos ayudarán a
entender mejor el texto:
a) Consultar pasajes paralelos.
b) Notar lo que no dicen las escrituras.
c) El estudio del contexto.
d) El
uso y mal uso de referencias y encabezados.
e) El
uso de diferentes versiones de la Biblia.
f) El uso de preguntas retóricas.
g) El uso de preguntas para contestar
preguntas.
h) Es importante reconocer preguntas
transliteradas.
i) Implicaciones e inferencias.
j) Yo añadiría uno más, la armonía con el
resto de la escritura.
Siempre tengo en
mente una anécdota que leí en los comienzos de mi formación como predicador: un
joven predicador, que no estudiaba mucho su Biblia, citó el pasaje de Mateo
5:13: “Vosotros sois la sal de la tierra”.
Ese era el título de su lección, y explicó algunas características de la sal y
por qué, el Señor Jesús, nos compara con ella. Para poner un ejemplo de un
siervo de Dios, Abraham, que era sal de su tierra, citó otro pasaje: “y le dijo: sal de tu tierra” (Hechos
7:3). Evidentemente el joven predicador no consideró el uso de la palabra sal
en ambos pasajes. No leyó el contexto ni tomó en cuenta otros puntos
importantes en la interpretación de la Biblia.
3) Comentarios
bíblicos. Hay cristianos eruditos en doctrina, historia, geografía,
etcétera, que han escrito comentarios que resultan muy útiles en el estudio
serio de la Palabra de Dios. Personalmente recomiendo siempre a: Bill H. Reeves
y Wayne Partain. Con la advertencia de examinar sus obras, porque son humanos y
pueden equivocarse.
b. Análisis
de otras fuentes. El predicador puede consultar otras fuentes para su
investigación: datos históricos seculares, aportaciones de materias
(sociología, antropología, psicología, derecho, etcétera), diccionarios,
artículos de revistas, etcétera. Pero nunca debe olvidar tener en cuenta la
armonía con la Biblia. Hay que tener cuidado: si los textos seculares no
concuerdan con la Biblia, no es Dios el que se ha equivocado, deseche el
material y busque otro.
3. Organización del material. La
recopilación y análisis de material se debe reunir en un texto que va a
servirnos de guía durante el discurso. Una predicación sin bosquejo corre el
riesgo de perderse: hablar de otros temas que no vienen al caso, olvidarse de
las cosas que había estudiado, etcétera.
Por eso es
importante tener un bosquejo, bien redactado, sin errores ortográficos (o los
menos que sea posible), limpio (aunque a veces puede contener anotaciones,
palabras subrayadas, borraduras, etcétera, lo importante es que usted conozca
perfectamente su material), debe reunir todo el material que ha estudiado:
pasajes, comentarios, citas de otras fuentes, sus conclusiones personales,
aplicaciones que desea hacer a la audiencia y otras cosas que le puedan ayudar
en su exposición.
a. Organizar
los puntos. En primer lugar debe recordar que los puntos principales deben
responder a la pregunta implícita en el título:
El plan de salvación
1. Oír.
2. Creer.
3. Arrepentirse.
4. Confesar a
Jesucristo como el salvador.
6. Bautizarse.
En el cuerpo del
bosquejo, va a desarrollar cada punto. Puede comenzar por explicar la relación
entre el título y el punto. Usa pasajes que ayudarán a entender el argumento.
Puede usar aplicaciones prácticas a la vida diaria. Citará comentarios,
definiciones, todo el material que ha recopilado y examinado. Varios
predicadores de experiencia recomiendan exponer de 3-5 puntos. Si se exponen
menos de tres, se corre el riesgo de quedarse sin material muy pronto. Si se
exponen más de cinco, se corre el riesgo de aburrir a la audiencia y que, al
final, no recuerden ninguno.
Recuerdo que, en
alguna ocasión que me acerqué a preguntar, un hermano predicador me sugirió
organizar los puntos por orden de relevancia: el menos importante (o interesante)
hasta el de mayor importancia (o interés). Como una escalera que sube, peldaño
a peldaño, hacia la meta del sermón. Si agota sus puntos más interesantes en
los primeros cinco minutos, quizá la audiencia esté aburrida la siguiente media
hora.
b. La introducción y la conclusión.
Algunos sugieren que estas partes del bosquejo se elaboren al final. Primero
reúna el material, defina con claridad el título y los puntos principales.
Cuando tenga coherencia, en su mente o en un cuaderno de notas, comience con la
introducción:
El plan de salvación.
Introducción.
Mucha gente vive sin Dios, vive en el mundo sin esperanza y
sin salvación (Efesios 2:12). Será muy triste llegar al juicio final y ver,
perdidos en el lago de fuego, a nuestros familiares y amigos que rechazaron el
consejo de Dios. Él no quiere que se pierdan (1 Timoteo 2:4). Por eso tiene un
plan de salvación en mente. En esta lección vamos a hablar de éste plan.
El contenido de
la introducción dependerá de cómo quiere atraer la atención del público, pero
recuerde no ser exagerado ni utilizar demasiado el drama. Una introducción
larga puede aburrir a la audiencia, si después de media hora de introducción,
usted anuncia que comenzará con el primer punto, la audiencia se desalienta y
piensa cuándo va a terminar.
Después de haber
expuesto con claridad cada punto, proceda a la conclusión. Reeves M. (1998) hace una sugerencia: “hermano
predicador, por favor que no se diga al auditorio, ‘Hermanos, en conclusión…” y
luego ¡seguir predicando otra hora!” (Lección 2.2). La conclusión debe ser
breve y específica, recuérdeles cuál fue el propósito de su lección y cuáles
fueron los puntos principales:
El plan de salvación
Conclusión.
Espero que esta lección nos ayude a tener un
mejor entendimiento de plan de Dios. ¿Qué desea que usted haga? Oir, creer,
arrepentirse, confesarle y ser bautizado. Si deja que Dios lo guie, un paso le
llevará al otro. ¡Deje que el plan de salvación se ponga en marcha en su vida!
4. La
alianza expositiva. Este es un pacto que se hace, sin estar escrito ni
mencionado, entre el público y el predicador. Los oyentes se comprometen a
escuchar, guardar respeto, participar si es necesario, no generar discusiones,
apagar los celulares, mantener en control a sus niños, etcétera. Y el perdicador
se compromete a presentar una lección interesante, edificar con la Escritura,
evitar hablar de su vida privada y hablar de la voluntad de Dios, exponer de
manera coherente y enseñar sólo la verdad.
Una vez escuché a mi padre contar la
siguiente anécdota: un predicador de mucha experiencia y poderoso en la
Escritura, había viajado desde los Estados Unidos hasta la península de
Yucatán; recorría diversas iglesias, visitando y predicando, pero en una de
ellas interrumpió su sermón a los pocos minutos de haber comenzado. Dijo que el
murmullo y escándalo de los niños no le permitían enseñar y se bajó del
púlpito.
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